… y se va. 

Tengo muchas ganas de mudarme. Si mi mamá se entera quizá se sienta triste porque yo vivo en su casa, la que tuvo ella gracias a sus padres y que yo heredé de ella. Pero a mi mamá le gustaba su casa. A mí jamás me gustó. Siempre quise permutar o vender esta casa para irme para La Habana con ella. No pude. Ella jamás quiso. Entonces creo que mi mamá no se va a enterar que tengo muchas ganas de mudarme. ¡No! ¡Miento! Ella sí se va a enterar. Yo no sé adonde fue ella. Pero ella es materia y debe andar por algún lado. Así que si quiere, ella sabrá que voy a mudarme… porque lo de las ganas, ya eso lo sabe hace rato. Ella sabe que aquí murió y que yo no supero el duelo post-mortem porque aquí sigo. Sabe que aquí he sido alguien muy infeliz, muy ansiosa y muy deprimida. Ella sabe que no duermo bien y que tengo miedos irracionales como el de apagar la luz de madrugada. Que me como las uñas, que he tenido ataques de pánico y que he llorado mucho por eso.  Sabe, sobre todo, que yo en absoluto soy como ella. Que yo necesito soltar para avanzar. Y es por ello que tengo ganas de mudarme. No sé a dónde. Quizá a La Habana, quizá a Cienguefos, quizá a Trinidad. Quizá a algun sitio lejos, no sé. Pero ¡claro que voy a mudarme!
Mudarse debe ser una amalgama ocre de sentimientos de todos los colores posibles. Yo no sé lo que es mudarse… pero lo deseo tanto que poco me importa si a mi mamá no le gusta o no les gusta a mi padre o a mi hermano.
Yo no sé lo que es mudarse, pero cuando se está preso en un lugar, mudarse debe ser algo así como cuando abres la puerta de la jaula y le dices al azulejo que vuele. Que se vaya, que empiece y que viva… que su sitio no son los barrotes… y se va.

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