La vida se me presenta
desde el ventanal de un hospital:
Incierta/ Dura/ Condenada.
La Habana que veo por la ventana no es
La Habana que amaba hace apenas cuatro años atrás.
El parque Maceo hoy no tiene luces
y las farolas del malecón son ocres e imperceptibles.
No hay olas; pero hay frío.
Hay silencio aquí.
Abajo seguro hay bullicio porque La Habana sin bullicio no es esa ciudad que es.
Aquí donde estoy pienso/ pienso/ pienso
En volar
En hacer tierra
En el tiempo
En la distancia
En la camiseta blanca
En un pañuelo
En mis anillos de compromiso
En los libros de amazon que ahora tengo y antes no.
En el día de mi casamiento
En los amigos que se fueron
En los que se quedaron
En el primer regaño de mi madre
y en las veces que me dijo: “no seas tan dura con los otros y menos contigo”.
Aquí donde estoy hay silencio.
Mucho.
Es algo que amo y que hoy odio;
la posibilidad de que amanezca y no me hable jamás es el estado de zozobra más grande por el qué mi madre me ha hecho pasar…
Y duele.
Duele tanto como este silencio que ya no disfruto mientras ella duerme y puede o no
venir la posibilidad de que ya no me llame, de que ya no me hable… De que ya no la vea.
Basta para mí que abra la puerta de mi habitación y pelee por no vestir la cama en las mañanas.